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Borrador extraído de una historia en proceso, aún sujeta a cambios y correcciones.

(...)
IV

Pasaron días, y luego semanas. Aún pienso en esa noche regularmente, con cierta vergüenza. No volví a ver a María, tampoco me he vuelto a pasar por su local; hecho que me obliga a estar encerrado en casa aún más.

No salgo del pueblo a menudo. Normalmente no tengo ningún propósito para ir a la ciudad, ya que durante los años que estuve en la ciudad, excluyendo mi infancia, no era realmente sociable. Me caracterizaban cortas relaciones amistosas que siempre venían condicionadas. No creo hasta el día de hoy haberme relacionado de forma realmente honesta.

El sol empieza a brillar por la ventana de mi cuarto, desordenado como siempre, y me obliga a despertarme con un dolor de cabeza por haber dormido demasiado poco. Un halo de optimismo vislumbra mi necesidad de salir de ese pueblo. La tranquilidad, aunque me hacía sentir bien, a veces se vuelve eterna. Es existir solo para exisitir, sin ningún propósito real. La idea de que mi vida se esté acortando cada día no me da miedo, pero si me hace sentir inquieto por lo que me esté perdiendo al estar en una rutina estancada. Al fin y al cabo me estoy acercando a la mediana edad y los únicos recuerdos de mínima felicidad han sido hace más de dos decadas. Lo que sea que quiera significar eso.

El reloj marca las doce del mediodia. Porfin encuentro la bolsa de lona que juraba tener escondida en algun lado. Junto a dentro la poca ropa que cabe y salgo por la puerta. Nada me ataba a ese lugar, ni familia, ni amigos, ni trabajo. De hecho, volver a la ciudad haría mi vida más fácil en cuanto al trabajo. De todas formas me siento un poco triste, dejar atrás la casa de mis padres.

La única forma de salir de ese pueblo era un bus que pasaba cuatro veces al día cinco días a la semana. Ese mismo bus te llevaba a la estación de tren, donde tenías que coger cualquiera de los trenes en dirección a la ciudad.

Este viaje lo he hecho muchas veces, por trabajo. Cuando el correo no era suficiente y mi jefe me tenía que ver en persona, cogía este tren. Pero esta vez era diferente, lo sentia. Me iba sin mirar atrás. Con esperanza. Algo dentro de mí se preguntaba porqué no me iba aún más lejos, a Francia, o Inglaterra… o simplemente un lugar más lejano. La realidad era que amaba esa ciudad; por muy caótica, sucia y desordenada que fuese. Es donde estudié, dondé conocí a las personas que más recuerdo, y la que siempre estará en mi cabeza.

El tren se balancea, las cabezas de los varios pasajeros bailan con la misma música que produce el metal de las vías. El paisaje pasa en diapositivas borrosas por la velocidad, haciendóse el invisible. Aún así conserva la belleza que siempre hace que me quede mirando por la ventana del tren. Mi reloj muestra las tres de la tarde, luego las cuatro, y luego las cinco. Indicios de civilización empiezan a surgir remplazando la hierba y los árboles antes presentes.

Al bajarme en la parada del centro de la ciudad, un poco de realidad me asoma; no sé dónde quedarme a dormir. Recordé varios amigos, aunque hacía meses que no me hablaba con ellos, por ende no sabía de su situación. La vida era lo suficientemente precaria en esa ciudad para yo crear más incomodidades a gente que seguro apenas me recuerda. Mientras estoy sentado un turista se me acerca.
“¡Hola! ¿Hablas español?”
“Claro, soy de aquí.”
“Oh, es que no lo pareces. ¿Sabes como llegar a la catedral?
“Al salir tienes que bajar todo el paseo, y una vez llegues a la plaza, tienes que bajar aún más por la izquiera. Mas o menos, pero a medida que te vayas acercando la catedral se asomará entre los edificios.”
Se quedó un rato pensativo con la mirada hacia arriba intentando memorizar lo que le había dicho, y se fue sin siquiera dar las gracias.

Invadido por la desesperación, decido buscar un hotel por el centro, la zona que más me recuerdos me trae, aunque era bastante más cara de lo normal. La primavera se acercaba y hacía mucha más calor almenos en comparación de donde venía. Decido entonces parar en una cafeteria porque tengo ganas de tomar un café y fumar. Dejo mi americana en la silla de al lado. Siendo ya bastante tarde está repleto de gente cenando en la terraza. Aún así sin hambre me siento en la única mesa libre y pido el café. En el cenicero antes impoluto ya hay varias colillas, voy por el segundo café y leyendo El Extranjero en catalán. La noche empieza a refrescar, algo típico de la primavera mediterranea. Buscando la americana que dejé al lado sin mirar no consigo notarla. Ha desparecido. Alguién me vió solo y pensó que era un blanco fácil, seguro. Mi americana favorita, muy usada y de color marrón claro, tenía marcas de desgaste muy notables en los hombros por los bolsos que colgaba de ellos. No entiendo quien la habría robado. El primer dia en la ciudad ya me hacia sentir como un desastre.

Enfadado y frustrado, llego al hotel más barato que conocía de hace tiempo. El local que acompañaba su entrada, antes una tienda de discos, se había vuelto una tienda de ropa, irónicamente. Aunque cerrado, me planteo mirar al día siguiente algo para reemplazar mi chaqueta.

Hacia la una de la madrugada, ya estirado en la cama, sigo molesto y sin poder dormir, quizá por la pérdida de mi chaqueta, o por el viento de esta noche golpeando contra la ventana en mal estado provocando un repetetitivo ruido metálico. Me recuerda a mi vieja casa del pueblo, con la diferencia que a menudo se oyen grupos de turista pasando por el callejón de enfrente. Mi único pasa tiempo ahora mismo es intentar adivinar sus ofuscadas conversaciones. Hasta que finalmente, más de una hora después, la ciudad entera y el viento se quedan en silencio.

Al despertarme la mañana siguiente bajo en busca de cigarrillos y un desayuno, ya que anoche consumí casi todos los que me quedaban del aburrimiento. Al volver al hotel un rato más tarde, veo que la tienda de ropa esta abierta. Buscando y buscando por cada rincón, no veo nada que sea de mi talla, por ende me doy por vencido y vuelvo a mi habitación, con el propósito de ducharme y leer un rato estirado. He mantenido mi pelo aún con mi edad, pero tras ducharme y mirarme al espejo, puedo ver como demasiados se acumulan entre mis dedos. Suponiendo que no es nada, lo dejo pasar.

Cuando estoy estirado demasiado tiempo por alguna razón me entran más ganas de toser hasta volverse bastante pesado, por ello al rato elijo mover la silla del escritorio que sobre el cual esta mi bolsa y me pongo al lado de la ventana. Intentando leer un vecino de delante me distrae con el volumen de su música. Intentando leer empiezo a reconocer la música del vecino, entre la voces débiles de Nico y de Lou Reed, entiendo que esta escuchando The Velvet Underground. Su ventana, un piso más abajo, no muestra ningún rastro de vida, aunque la música sigue sonando canción tras canción del mismo album. Me despierta cierto interés y me quedo espiando unos minutos a ver si veo su cara, pero sigue sin rastro. Finalmente, se asoma por su pequeña ventana un gato blanco; se sienta, se lame la pata delantera, y se queda quieto con los ojos entre cerrados.

Recibo una llamada al móvil: es mi jefe. Entre la inquietud que he tenido últimamente y el bajo ritmo de trabajo he tenido este año, se me habia olvidado que tenia que presentar una traducción de un artículo académico, que hablaba sobre la obra final de William Utermohlen, en menos de una semana. Por suerte la empecé hace tiempo, pero me quedaba bastante por hacer. La realidad es que no tenia muchas ganas de trabajar. El trabajo siempre habia sido un destello de la sociedad cuando estaba en el pueblo, pero en ese momento no podía pensar en ello, aún teniendelo más fácil que nunca. Aún así, le prometo que se la llevaré impresa a la oficina el día antes del terminio. Al acabar la llamada noto que la música del vecino había dejado de sonar hace tiempo, y el gato blanco se ha marchado.

Es el día siguiente, en una humilde cafeteria del centro, café salomón. Un hombre come de forma desesperada un bocata mientras le habla a la chica sentada enfrente, ella comiendo unas patatas con alguna especie de salsa blanca, sobre que su perro no quería comer desde hacia días. Mientra éste habla se puede observar como escupe migajas de vez en cuando, la chica parece no darse no cuenta o no le importa, ciega al despilfarro del hombre. Ella solo asienta con la cabeza y con una mirada algo preocupada. De la nada, otro hombre se acerca a su mesa y les pide un cigarro. Al darme cuenta escondo mi paquete visible sobre la mesa. Resulta que no fuman. El segundo hombre mira alrededor, cruza su mirada con la mia, pero decide irse. Cuando ya esta a punto de dar con la esquina intento volver a mirarle por simple curiosidad, lleva una americana muy similar a la que habia perdido hacía menos de un par de días. Lo considero casualidad y como ya esta algo lejos prefiero no asumir nada.

Un jorobado esta sentado sobre un bloque de cemento, a unos metros de distancia. Parece intentar vender de forma precaria un par de libros, llaveros, collares o más bien rosarios, y alguna otra basura irreconocible. Su blanco pelo rizado ya no logra esconder la parte superior de su cuero cabelludo, a la vez que se queda quieto mirando hacia abajo con la cara larga. Quizá deprimido o quizá intentado dar pena para conseguir que algun turista le compre cualquier cosa. Los últimos tragos de mi café empiezan a saber sólo a azúcar por no removerlo bien anteriormente, así que me pido otro para quitarme el exceso de dulce. El jorobado de repente se levanta, y muy lentamente, camina hasta al otro lado de la calle, se sienta sobre unos escalones que daban a una pequeña plaza, y parece despreocuparse de su mercancia. Entonces pronuncia en voz alta, casi gritando, una algarabia inentendible. Parece objetarse a su poco éxito de conseguir algun dinero. La pareja que estaba comiendo a su lado dejan sus preocupaciones para observarle como si se tratase de un espectáculo, a la vez que comentan lo que ven en voz muy baja; no vaya a ser que el inofensivo jorobado les escuche. El jorobado desaparece un rato y entonces aparece de nuevo el que pedía cigarrillos, se acerca sin miedo a las cosas sin vigilar del jorobado, estira su brazo rápidamente y se guarda algo en uno de los bolsillos de la americana. Disimulando se marcha por el lado opuesto de por dónde ha venido. Al ver una marca muy parecida en el hombro a la que tenía mi americana, dejo unas monedas sobre la mesa para los cafés y decido seguirle con la idea de confirmar mis sospechas.

El sol empieza a ponerse y las calles se oscurecen. Yo camino lentamente tras el hombre mientras fumo y miro alrededor para no hacerle sospechar de mi. Se le notaba visiblemente emparanoiado girando su cabeza hacia atrás repetidamente. El aire se vuelve muy denso, y muy húmedo. El cielo resplandece de vez en cuando y una fina lluvia empieza a caer, aún así los dos seguimos caminando. El hombre se refugia debajo de los balcones. Me estoy acercando a él, gracias a la luz de una farola porfin confirmo que efectivamente él me había robado la chaqueta, tiene las mismas marcas en los hombros. La lluvia empeora. Me tengo que limpiar las gafas repetidamente y cada vez veo peor. El hombre desaparece de mi vista. Frustrado me pongo a correr hacia delante lo más rápido que puedo con los ojos inundados por el agua que cae. Al tocar la siguiente esquina noto un golpe en la nuca, y mis piernas pierden toda su fuerza, haciendo que me desplome al suelo.

Al rato me despierta el olor a calle mojada mezclado con orina, basura y mierda de perro. Mi cuerpo se siente más pesado de lo normal y me duelen las articulaciones, pero logro ponerme de pie. Confirmo que no me falta nada: ni el mechero, ni el billete de cinco euros del bolsillo trasero, ni las llaves de la habitación, ni el paquete de tabaco empapado, y tampoco el móvil. Miro alrededor, no hay nadie, quizá porque llueve y es de noche. Me siento en la acera. A mi lado, en un sucio charco, resalta un collar plateado. El hombre se pensó que le seguía por lo que le robó al jorobado. Dada la situación, me resulta mucho más molesto que haya pensado eso. Mis manos tiemblan del frio o del enfado. Repaso en mi cabeza todas las cosas que me gustaría haberle hecho a ese tio. Respiro ondo. Me doy cuenta de lo ridiculo que estoy siendo. Estoy sentado entre basura y cristales rotos, mojado y frío, sin saber porqué. Quizá sea la idea abstracta de esa chaqueta, la nostalgia que me trae, lo que asocio a ese chaqueta. Pero yo no soy éste. No sé que me ha dado. Aunque mientras camino derrotado de vuelta a mi hotel, en el fondo, admito que me he sentido vivo por primera vez en mucho tiempo. El móvil hace sonar una campana, un recordatorio de los papeles que tengo que entregar mañana en la oficina.