Créditos

4 aventures de Reinette et Mirabelle, 1987 & Le Rayon vert, 1986. Francia, dir. Eric Rohmer

El contraste entre el paisaje urbano y natural en "les quatre saisons" es constante pero sin caer en el maniquísmo de presentar uno como bueno y otro como malo. En el natural, se suele apreciar una libertad en el comportamiento de los personajes y en la estética, con ciertas intenciones de alagar a la naturaleza y sus atributos como algo efímero, colorido y brillante, libre de las repercusiones del mundo industrializado; gris y oscuro. 
La falta de hogar propio y fijo en las películas de "contes des quatre saisons" pone en manifesto la provisionalidad en que viven los protagonistas, lo que suele derivar en una vida inestable.
La carencia de hogar permanente de los personajes tiende a la consecuencia de necesitar un continuo desplazamiento, sea en transporte público o privado. Si se admite la provisionalidad de los hogares en su extensión simbólica destaca entonces la carencia de una estabilidad vital. Se entiende que la repetividad en que se muestran a los personajes trasladándose abunde en la misma idea.
Además, los desplazamientos en "contes des quatre saisons" tienen la característica común de no llevar a los protagonistas a ningún sitio o lugar que implique un cambio para ellos, sino que son cíclicos. Esta limitación espacial hace que la presencia contínua de medios de transporte no sea solo síntoma de inestabilidad, sino también de cierto encerramiento.

En "quatre aventures de Reinette et Mirabelle" podemos seguir apreciando esta transición de un lugar a otro, con dos protagonistas, cada uno en su propio proceso inidividual de descubrirse.
Se conocen durante las vacaciones de Mirabelle. Reinette le comenta entonces a su nueva amiga que solo logra expresarse mediante su arte surrealista y erótico. Aunque como base, por la cual sus preocupaciones diarias se atraen como por si de gravedad fuese, ella sigue un proceso inacabado; por ende su vida sigue un efímero estado de instatisfacción, buscando como vender su obra y expresar al mundo exterior su particular visión artística.
Durante su primera aventura, Reinette invita a Mirabelle a presenciar la hora azul, un momento de ínfima duración puesto a disposición por la naturaleza, tal como ocurre en otro filme del autor "le Rayon vert". Esa pequeña pausa aporta más significado, quizá de una forma irónica, porqué un momento en que las protagonistas más conscientes son de ése momento y su temporalidad, más en calma están. Pues lo que es un momento rápido y especial, con su belleza incomprensible, es también el momento de mayor tranquilidad, y una pausa en sus vidas de constante movimiento; con el silencio y la paz del alma como resultado de entender lo efímero como algo omnipresente y digno de su atención.
El canto de los pájaros marcando el fin del hora azul.

Nada muy romántico, a primera vista, en el curso de Delphine; entregada a deambular en su triste verano de soledad.
De leyendas antiguas, el rayo verde es un lazo seguro entre una persona y el amor. Cuando se observa simultáneamente entre dos personas, se crea entre ellas un lazo inseparable.
Desde un buen principio podemos considerar que el triste y solitario viaje de Delphine como algo temporal, un trozo de tiempo que sirve de túnel entre una Delphine sola a una conexión entre dos desconocidos. Tras un continuo desenlace de los sentimientos represivos de la protagonista que llevan a aburridas experiencias donde la paleta de colores de Rohmer sirve como recordatorio de su desamparo, Delphine decide tomar lo efímero por lo que es, pueda llegar o será.
Quizá Delphine al final de la película, al presenciar finalmente el rayo verde, piense haber alcanzado su meta; la de conectar con alguien. Pero aún así, siendo la vida una mera construcción de repeticiones en bucle de momentos en constante proceso de transición, sin un lugar fijo en el universo que nos dé esa tranquilidad permanente... al cerrarse el telón una nueva aventura acaba de empezar. Con caminos y posibilidades fuera de nuestra imaginación. Los espectadores podemos conectar, igual que Jacques y Delphine, a estas ideas, cómo si nos viésemos reflejados en el agua de la costa de Biarritz.